Resto de América Latina
Por Daniela Gilardoni
En un marco de post pandemia, una fuerte degradación de la calidad democrática en la región y controversias en torno al país anfitrión y la lista de invitados, tuvo lugar la IX Cumbre de las Américas bajo el lema “Construyendo un futuro sostenible, resiliente y equitativo” entre el 6 y el 10 de junio de 2022 en la ciudad de Los Ángeles.
Como Responsable de Proyectos de la Fundación Directorio Legislativo, tuve la oportunidad de asistir en representación de la sociedad civil argentina en el Foro Ciudadano de las Américas. Mucho se ha dicho ya sobre los diferendos que precedieron al encuentro, por eso no es ahí donde quiero poner la mirada en esta oportunidad. Más bien, me gustaría aprovechar este espacio para reflexionar acerca de qué se puede mejorar y cómo se podría hacerlo para lograr que los compromisos asumidos contribuyan efectivamente al fortalecimiento de nuestras democracias.
Vivirlo en primera persona me dejó la impresión de que lo que aconteció en esos días, en cierta medida, replica lo que sucede a mayor escala en el continente: falta de coordinación en los esfuerzos y dificultades en la organización; liderazgos cuestionados y cuestionables; la exclusión de mandatarios de Cuba, Nicaragua y Venezuela como un parteaguas; intentos (a veces fallidos) de alcanzar la paridad de género y la representación de minorías en los espacios de toma de decisiones y la falta de respuestas concretas de políticas públicas y acuerdos internacionales para resolver los problemas que aquejan a las sociedades. Pero los eventos de esos días tampoco pueden ser reducidos a eso. También merece la pena destacar otra realidad de la que poco se habla: la presencia (ya sea física o virtual) de miles de personas que trabajan en pos de una región más justa, más equitativa y, por sobre todo, más respetuosa de los derechos humanos.
El Foro de la Sociedad Civil en el marco de la Cumbre de las Américas es un espacio que, aún cuando no está exento de complejidades, desacuerdos y frustraciones, pone en un mismo lugar y tiempo a algunas de las organizaciones más relevantes de los escenarios nacionales y regionales para que puedan intercambiar vivencias, experiencias, críticas constructivas y buenas prácticas. La sociedad civil de las Américas es activa, es propositiva y es enérgica. Temas como los derechos de las mujeres y las diversidades, las juventudes, la protección del medio ambiente, la defensa de los derechos de los pueblos originarios, la lucha anticorrupción y el respeto al espacio cívico atravesaron los debates y se visibilizaron en los documentos finales del Foro. Y esto fue, en definitiva, gracias a la presencia y a la persistencia de esas organizaciones que trabajan día a día para lograr la representación de aquellas personas a las que, en muchos casos, se les ha quitado su voz.
¿Cómo pueden estos encuentros aportar a la articulación de las demandas de la sociedad civil? Acá van algunos puntos para repensar los espacios de debate político en base a la experiencia de la última Cumbre.
1) Alcanzar una representación amplia, diversa e inclusiva es un objetivo ambicioso pero hay aristas sobre las que se puede avanzar. En especial, la experiencia en la Cumbre me mostró que:
Es necesario asegurar la participación en las conversaciones y el involucramiento activo en la confección de documentos de las comúnmente llamadas minorías (aunque este término no siempre refleje su peso poblacional real). Ninguna minoría con voluntad de participación debería quedar rezagada por falta de recursos para asistir físicamente a espacios de intercambio regional o por carecer de conectividad en su lugar de residencia.
Hablar de un país como un todo, usualmente desde la capital o las grandes urbes, a veces opaca la comprensión de realidades de fuerte contraste dentro del mismo país. El enfoque subnacional y las organizaciones que trabajan en este nivel deben ser contempladas tanto en las conversaciones como en la convocatoria.
Aunque a esta altura hay (o debería haber) consenso sobre la necesidad de que las mujeres debemos estar representadas en todos los espacios de toma de decisiones, esto no siempre se ve reflejado en la práctica. Aún hoy podemos ver la sobrerrepresentación de los hombres en los paneles de expertos y en los altos cargos de gobierno. Mujeres de todas las etnias, edades y contextos socioeconómicos deben tener su lugar en la mesa de discusión pública.
La inclusión de las juventudes es central a la hora de pensar en la renovación de mandos y en la construcción de las democracias. Las juventudes no sólo debemos ser las protagonistas del futuro; debemos serlo en el presente también. Tenemos – y queremos – aportar nuevos puntos de vista y nuevas formas de mirar problemas nuevos o problemas viejos que se vienen discutiendo hace tiempo. Esto no implica crear espacios específicos de intercambio entre jóvenes, sino hacernos un lugar en la mesa junto al resto de los actores sociales.
2) Poner a la institucionalidad al servicio del cumplimiento de los objetivos, y no al revés. Las redes, los grupos de trabajo, las mesas de diálogo, los foros y otros espacios de intercambio son excelentes oportunidades para conectar, vincular y aunar esfuerzos entre actores sociales. Sin embargo, puede ocurrir que la multiplicación y superposición de canales atente contra esos mismos esfuerzos. Para optimizar el uso de recursos y evitar que la agenda se diluya, es importante tener un panorama claro de los espacios existentes, sus dinámicas y sus participantes. Así, vamos a poder sacar un mayor provecho de las estructuras ya existentes y consolidadas (o transformarlas, en caso de necesidad) en lugar de duplicarlas con la creación de nuevos canales.
3) Acercar los procesos y los debates a todas las personas y eliminar barreras. Tanto desde las organizaciones de la sociedad civil como desde los Estados es necesario utilizar un lenguaje accesible. El uso de vocabulario excesivamente formal o técnico no debería ser una barrera para la comprensión común de los importantes debates de nuestros tiempos. Por eso, todo lo que hacemos y discutimos en espacios como la Cumbre de las Américas tiene que poder producir resultados que sean de fácil comprensión para las poblaciones, incluidas las personas con discapacidad. Esto puede concretarse a través de placas, resúmenes ejecutivos, infografías o cualquier otro método que permita ilustrar, de manera simple y concisa, los principales puntos conversados.
4) Contemplar espacios de participación para miembros de los poderes legislativos nacionales. Los poderes legislativos son uno de los pilares fundamentales de las democracias; sin embargo, la Cumbre de las Américas no tiene a priori un espacio formal para la participación e intercambio de experiencias y buenas prácticas orientado a estos actores esenciales y a su vinculación con la sociedad civil.
5) Promover entornos de debate y escucha genuina entre la sociedad civil y las delegaciones gubernamentales. La agenda de la IX Cumbre contempló un espacio específico para que el Foro de la Sociedad Civil exponga ante los representantes gubernamentales las conclusiones de su trabajo en cinco áreas: salud y resiliencia, futuro verde, energía limpia, transformación digital y gobernabilidad democrática. A pesar de lo prometedor de su enunciado, en la práctica se plasmó en una reunión con poca asistencia de las dos partes y en un apretado cronograma que sólo dejaba lugar para tres minutos de exposición por tema. El intercambio genuino con la sociedad civil no debería ser un trámite o una mera formalidad, sino la condición de estos espacios (dentro, fuera y alrededor), el ingrediente indispensable para garantizar acuerdos más inclusivos y representativos.
6) No dejar que cada edición inicie con una hoja de ruta en blanco es uno de los comentarios que más me resuenan como corolario de la Cumbre. ¿Cómo evitarlo? Trabajando seriamente con indicadores y herramientas de monitoreo y evaluación que permitan analizar el progreso de los Estados en el cumplimiento de los acuerdos alcanzados. No sólo es un registro sino también una herramienta para fortalecer la legitimidad y fiabilidad de los documentos que son producto de este tipo de eventos (y de la palabra de los gobiernos).
Desde 1994, cuando se realizó la I Cumbre de las Américas en la ciudad de Miami, estos encuentros continentales han marcado tanto ventanas de oportunidad como desilusiones en el escenario político y social americano. En su novena edición, tras dos años de pandemia y una fuerte degradación de la calidad democrática en el continente, la Cumbre volvió a reunir a mandatarios de (casi) todo el continente, representantes del sector privado y de la sociedad civil para discutir sobre los desafíos que enfrenta la región.
Queda mucho camino por recorrer y por eso estas reflexiones pretenden arrojar luz sobre las trayectorias de lo posible, de la esperanza y del futuro. Porque si algo confirmó esta experiencia es mi convicción de que las posibilidades de trabajo conjunto desde la sociedad civil son infinitas. Nuestro continente enfrenta mil y un desafíos, pero también cuenta con un sinnúmero de actores sociales y estatales que quieren alcanzar esa región más justa, más equitativa y, por sobre todo, más respetuosa de los derechos humanos con la que muchas personas soñamos. Ojalá podamos, entre los actores de todos los sectores, aunar esfuerzos para lograrla.